Analistas independientes como Juan Bolívar Díaz Santana, cuyos sacrificios en favor de la democracia lo hacen merecedor de respeto y admiración, opinan que el Partido Revolucionario Dominicano, PRD, se encuentra inmerso en una situación de desastre, debido a lo que consideran ambiciones desmedidas y extemporáneas en procura de la candidatura presidencial para el 2012.
No ya con intención analítica, los adversarios del PRD mantienen articulada una campaña mediática tratando de sacar capital a esas diferencias, satanizando lo que entienden causará daños a la imagen del partido blanco y a su caudal electoral.
Pero no arde Roma en el PRD. Se verifica sólo un proceso de redefinición del liderazgo partidario entre el candidato en las pasadas elecciones, Miguel Vargas, y el ingeniero Hipólito Mejía, que puede reflejarse en forma de competencia por candidaturas, pero en realidad responde a la lucha por el predominio de visiones y misiones diferentes del quehacer partidario y las formas de relacionar al partido con la sociedad. Y es bueno para el PRD y para el sistema político que esa definición se produce ahora, y no más tarde.
Producto de un trabajo sistemático, desarrollado durante años a la sombra de José Francisco Peña Gómez, por su rol de candidato triunfante y de ex presidente de la República, y por condiciones especiales de su personalidad, Mejía logró convertirse en jefe del PRD tras el vacío dejado por la ida temprana del más noble y fecundo líder perredeísta.
En todo el proceso que siguiera a su paso por la Presidencia, Mejía tuvo importante gravitación en las decisiones del partido, debido a su control de la Comisión Política y el Comité Ejecutivo Nacional y su influencia sobre las cabezas de una gran cantidad de las direcciones municipales y zonales del PRD.
Eso empezó a cambiar a partir de la victoria de Miguel en la Convención que lo eligió candidato, y en la campaña 2007-2008, en la que exhibió una combinación de condiciones unificadoras, gerencia, firmeza, apertura y profundas convicciones democráticas, que convencieron a la gran mayoría de los y las perredeístas y del pueblo dominicano de que el partido blanco alumbraba a un nuevo líder.
Venía Miguel Vargas de más de 30 años de servicios al partido, trabajando a tiempo completo como director de Finanzas y estrecho colaborador de Peña Gómez y del entonces líder emergente y luego secretario general Hatuey De Camps Jiménez.
Nos encontramos, pues, ante una natural competencia por el liderazgo en el PRD, entre el estilo avasallante del presidente Mejía, y las formas del liderazgo fuerte pero sereno y tolerante de ese Miguel Vargas que, en opinión de Milagros Ortiz Bosch, no cometió un solo error en su pasada campaña presidencial, pese a las abusivas ventajas en que se montó la reelección del presidente Leonel Fernández.
Se trata de dos liderazgos que expresan Mejía, con el desenfado y hasta cierto punto los encantos de la vieja escuela del PRD, y a Vargas con un estilo moderno y fresco, en sintonía con los cambios de paradigmas y formas en que se desenvuelve hoy, y mira hacia el futuro, la vida dominicana.
¿Es la primera vez que se producen fuertes competencias por el liderazgo de un partido dominicano? No, en el PLD, como parte de luchas similares, en uno de los congresos del partido y en momentos en que se sintió en minoría, renunció de la Presidencia del partido su líder y fundador Juan Bosch; en otra ocasión se vio obligado a renunciar un grupo de dirigentes, entre ellos el entonces secretario general Tonito Abreu, actual Cónsul General en París; otro secretario general, el hoy vicepresidente de la República, Rafael Alburquerque, fue expulsado junto a un grupo de sus colaboradores.
En el Partido Reformista es conocido que, desplazado por el caudillo Joaquín Balaguer, Francisco Augusto Lora, Vicepresidente de la República, tuvo que formar tienda aparte en el Movimiento de Integración Democrática Antirreeleccionista, y que el mismo Balaguer excluyó al líder emergente Fernando Álvarez Bogaert, y para imponer la elección de Leonel Fernández en 1996, le sacó la alfombra al candidato de su partido, Jacinto Peynado.
Lo que ocurre ahora en el PRD es propio de la lucha política en democracia. Esa es la realidad, si la vemos desapasionadamente y como ejercicio de edificación de nuestra cultura política. Nos corresponde a las y los perredeístas poner cada quien su grano de arena para que esta competencia se produzca sin daños colaterales mayores, por el bien del partido, de la democracia y del pueblo dominicano, sobre todo en momentos en que el fracaso total del gobierno del PLD para enfrentar los problemas estructurales de nuestra sociedad, hacen que la mayoría de la población vuelva sus ojos esperanzada hacia el partido blanco.