Dijo que lo saludable sería escoger para la alta dirección del PRD a figuras con la mayor autoridad posible, que no respondan a ninguna de las corrientes actualmente beligerantes, que puedan ejercer un arbitraje equilibrado, que tengan el coraje de defender al Partido y que además puedan hacer una oposición responsable y útil.
Chávez, quien es subsecretario nacional de comunicación del PRD, mencionó entre los dirigentes idóneos para presidir la organización a Milagros Ortiz Bosch, Enmanuel Esquea Guerrero,Milton Ray Guevara, Hugo Tolentino Dipp, Vicente Sánchez Baret, Tirso Mejía Ricart y Julio Mariñez.
“Lo mejor que podría pasarle al PRD en la coyuntura convencional que tiene por delante es propiciar un fuerte liderazgo institucional, que sea capaz de colocarse por encima de los grupos y de los precandidatos presidenciales y que tengan las condiciones y los méritos suficientes para representar la totalidad del Partido y no solo a una parte de él”, apuntó el comunicador y político.
Recordó que el último gran liderazgo institucional del Partido del Revolucionario Dominicano desapareció con la muerte de José Francisco Peña Gómez en el año 1998.
“Desde el año 1973 hasta el 1998, Peña Gómez no solo fue el gran componedor del PRD, sino también el factor de cohesión que le permitió a la familia perredeísta actuar con sentido de unidad y visión de partido, a pesar de las contradicciones propias de un liderazgo colegiado”, expresó Chávez.
Afirmó que “la ausencia de Peña Gómez fue compensada en gran medida por Hipólito Mejía durante su ejercicio como presidente de la República, cuando unificó bajo la sombrilla del Gobierno a todos los sectores y corrientes del PRD, hasta que se produjo la reforma constitucional del año 2002 mediante la cual se suprimió el principio de la no reelección establecido en la reforma del año 1994”.
Sostuvo que a partir del año 2002 “se trastocó el sentimiento de unidad del PRD y se desató un proceso de confrontación interna que culminó con la salida de Partido de Hatuey De Camps, de Rafael Gamundy Cordero y de varios senadores, diputados y síndicos entre otros líderes locales”.
Dijo que la elección de las actuales autoridades del PRD, encabezadas por Ramón Alburquerque y Orlando Jorge Mera, contribuyó significativamente a reforzar la institucionalidad y la democracia interna, pero la organización siguió proyectando la imagen de un liderazgo disperso sin sentido de solidaridad y de cohesión partidaria”.
Y agregó que “esa debilidad siguió gravitando sobre el PRD a pesar de la ejemplar convención que consagró a Miguel Vargas como candidato presidencial y a pesar de que todos los sectores del Partido formalmente se integraron a la campaña electoral”.
Consideró, sin embargo, que “al parecer, los estrategas de la campaña electoral de Miguel Vargas optaron por trazar la línea de los dos PRD, el viejo representado por Hipólito Mejía, Milagros Ortiz Bosch, Fello Suberví y la dirección institucional, y el nuevo representado por el candidato presidencial, que de acuerdo a esa lógica hizo un notable esfuerzo para establecer una clara distancia con la historia, los símbolos y los dirigentes tradicionales del Partido, inclusive con el gobierno al que él mismo sirvió en una posición protagónica”.
“Esta desvinculación del candidato y el Partido colocó al PRD en una posición sumamente vulnerable, ya que los adversarios lo atacaron de manera inmisericorde sin encontrar ninguna resistencia, pues aparentemente los asesores de la campaña electoral entendían que no debía agotarse ningún esfuerzo en la defensa institucional del Partido y muchos menos la gestión de gobierno de Hipólito Mejía”, expresó.
A su juicio, la desconexión partido-candidato creó un escenario ideal para el ataque enemigo, ya que le permitió trabajar sin oposición en una campaña sistemática de descrédito contra la plataforma política del candidato, presentando a su partido como una asociación de maleantes que no había hecho nada por el país y que por lo tanto no tenía nada que ofrecerle a la población.
Dijo que “la campaña de descrédito tuvo el efecto combinado de desmoralizar e inmovilizar durante un período crucial de la campaña a una gran parte de las masas perredeístas, mientras reforzaba la percepción de que el PRD era un partido huérfano de padre y madre, soltado en banda hasta por su propio candidato presidencial”.
De acuerdo a Chávez, “las rectificaciones de última hora ayudaron y le permitieron al PRD alcanzar un honroso 40 por ciento, pero el daño estaba hecho, independientemente de todos los abusos e ilegalidades perpetradas desde el poder para imponer la reelección”.
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